Artículo publicado el martes, 5 de febrero, en el Diario de Girona
El 3 de febrero se celebró el día internacional del abogado, que coincide con la semana mundial de la armonía interconfesional. Se ve que ahora hay un día internacional para todo: de la tortilla de patatas, de los humedales, de la pizza, prácticamente de todo. El abogado no podía faltar.
Llevo más de 25 años dedicándome a esta digna, compleja y a veces agradecida –y otras no tanto– profesión, concebida como una profesión liberal e independiente, a pesar del impacto que tuvo en la laboralidad en su momento. La verdad, nunca lo hubiera dicho. Yo, siguiendo la tradición familiar, iba para juez o fiscal y, circunstancias de la vida, acabé yendo a hacer de abogado en Barcelona, a un gran despacho, que me sirvió para aprender mucho, pero sobre todo para conocer en la que hoy es mi esposa. Reconozco que al principio tenía un cierto sentimiento de haber traicionado la estirpe familiar, y me veía un poco como la oveja negra de la familia. Mis hijos por suerte –como me gusta decir a menudo– no han seguido la tradición familiar y ni siquiera se han dedicado al Derecho, así que la estirpe ya ha pasado a la historia.
Lo cierto es que conocer los dos lados del mostrador me ayudó mucho a tomar una visión general tanto de la profesión de abogado como de la de juez principalmente, más que la de fiscal. Media carrera de Derecho la hice trabajando en un despacho de abogados (con poco contenido jurídico en un inicio) y la otra media trabajando como funcionario interino en un juzgado de instrucción. Esta doble visión me ha ayudado mucho a entender dos realidades que se complementan y que son esenciales en la Administración de Justicia, y sobre todo a quererlas y respetarlas.
El abogado o letrado es un jurista profesional habilitado para ejercer el derecho que ofrece su asesoramiento y consejo jurídico a quien lo necesite. Temudos por unos y venerados por otros, actúa en diferentes facetas de la vida cotidiana en distintos ámbitos, jurisdiccionales (civil, penal, laboral, contencioso-administrativo) y no jurisdiccionales (mediación, prevención, Compliance). En algunos países de Sudamérica también se les llama doctor, aunque no tengan el doctorado. Cada mañana, cuando voy a buscar el café y el mini bocadillo debajo del despacho, me saludan con un cariñoso «doctor» que la verdad me halaga mucho.
El origen de la profesión la encontramos en la antigua Grecia, ligada a los oradores que se dedicaban a preparar a los alegatos para quienes debían comparecer ante los jueces, que debían defenderse por sí mismos y sin ayuda de terceros. Se dice que el famoso Pericles podría haberse considerado como el primer abogado, aunque él era estadista y militar, pero se ve que gozaba de una gran facilidad para la oratoria, que en definitiva es de donde proviene la palabra abogado. Etimológicamente, viene del latín advocatus, que a su vez proviene de la expresión ad auxilium vocatus que quiere decir aquel llamado por auxiliar en referencia a las personas que acudían en defensa de los intereses ajenos.
Aunque los juicios eran orales, y uno debía defenderse a sí mismo de forma personal, se permitía que pudieran acompañarse de un amigo o pariente, que gracias a sus dotes de oratoria conseguía el favor de los jueces. Fue ya en la época de la antigua Roma, bajo el mandato del emperador Claudio, quien se legalizó la profesión de abogado e incluso se regularon sus honorarios. La edad mínima en la antigua Roma para ejercer la abogacía era de 17 años, si bien el emperador Yustiniano determinó que el Derecho debía estudiarse un mínimo de cinco años, y así fue durante muchos años hasta la época moderna (yo hice la carrera en cinco años, aunque ahora se ha reducido a cuatro aunque después para poder acceder a la profesión hay que hacer el máster de la abogacía para colegiarse y ejercer como tal).
Mi padre, que escribió muchos artículos sobre el proceso judicial a Jesús como personaje histórico, siempre me decía que Jesús fue juzgado según las leyes judías, pero que debían haberlo juzgado de acuerdo con las leyes romanas (si Ponç Pilato no se hubiera lavado las manos), y que entonces se le hubiera designado un abogado defensor, y quizá el resultado hubiera sido otro. Vete a saber.
En un origen no tan remoto, en Las Partidas del rey Alfonso X El Sabio, al abogado se le llamaba «vocero», porque hablaba en nombre de otro. La verdad a mí me gusta repetir mucho que los abogados defendemos intereses ajenos, que no siempre deben coincidir con los intereses propios del abogado ni en la forma de ser o pensar.
Sinceramente, no sabría deciros por qué el día 3 de febrero se celebra el día internacional del abogado, o al menos no he sabido encontrarlo. Como decía Georges Clemenceau «los juicios son un asunto lo suficientemente importante como para dejarlos en manos de simples abogados»; aunque a mí me gusta más, y ayuda a entender por qué se celebra el 3 de febrero el Día Internacional del Abogado, la frase de Kenneth G. Eade «a algunas personas no les gustan los abogados… hasta que los necesitan».
Antoni Pérez De-Gregorio i Capella
Cliente Choice Awards 2020 Litigation
Abogado en Rebled Bellvehí Advocats